UNA ESTRELLA CÓMPLICE

He despertado en una cama con baranda improvisada.  Hace mucha luz y duelen mis ojos. El techo que veo es diferente. Aturdida por una algarabía que se oye a lo lejos me levanto y asustada he llamado: ¡mamá, mamá! Pasado un rato nadie ha respondido. Ella corría a decirme: –estoy aquí, mi niña– y venía. Solo tenía que ser paciente. Al llegar me aplanaba mis crespos enredados y verificaba si había rastros de orines encima o debajo de la cuna. Detrás de ella venía un niño más pequeño y mientras intentaba sacarme, él, mi hermano menor, halaba su falda. Al tiempo cantaba, cualquier cosa y lo hacía para los dos o para los tres, parecía contenta de tenernos en casa. Yo podía verle la panza inflada. A las mamás no se les desinfla el estómago pensaba. Eso hoy no ha ocurrido. Solo recuerdo haber salido de la mano de papá a dar un paseo cuando el sol no estaba caliente.

Ahora lloro. Me duelen los ojos otra vez. Es un cuarto grande con otras camas vacías y bien arregladas. En mi casa hay dos, más la cuna, donde duermo, que muy pronto ocupara otro hermano. Aún no alcanzo a bajarme sola. Al rato aparece una señora, delgada, con canas y me saluda por mi nombre. La he visto y entre hipidos, le pregunto: ¿dónde está mamá? Me peina con las manos y me dice: –nada te pasará–. Frotando mis brazos con delicadeza me responde que vendrá cuando el sol no esté caliente. Ella no canta, quizá no sabe cantar, cubre mi cuerpo, sin ropa, con una toalla que huele a rico, pero es ajena. Es tierna y conversa en tono bajo como susurrando las palabras. Habla del baño en una alberca como una piscina, no sé qué es una piscina debe ser parecido al mar, que sí conozco. Mamá cuenta que nací allí. Me lleva a la alberca para que ensucie toda el agua, en mi casa se utiliza una bañera donde solo quepo yo, me echan el agua encima y debe alcanzar para mi hermano también.

Después del baño estuve limpia, vestida y peinada con las pinzas de florecitas rosadas.  Está alejado del cuarto y es tan grande que salí vestida de ahí. Al llegar al comedor, un salón independiente de la casa de dormir, escuché más fuerte la algarabía que se volvió insoportable. Quise llorar. Estuve asustada, mi pequeño corazón latía rápido. Son gritos de personas moviendo ollas: “un litro de leche para mí, a mi dos, a mí medio” parece que fueran a tumbar la esquina. Transitan muchas personas, de un lado a otro, por ese espacio inmenso que es esa casa, más bien, es una finca dentro del pueblo, dicen que son trabajadores de la finca y que de ambas son dueños mi familia.  Y hablan de ganado, de queso, de comida, de dinero, de negocios. Al patio llegan burros y caballos; también tienen marranos, gallinas y perros. Se impregna un olor a frito, a sudor, a humo, a leche cortada, a café. Los fogones agrandan su llama en medio del enredo del desayuno. Comí yuca, queso, huevo y leche caliente. Sirvieron en abundancia como si fuera el almuerzo. Las que cocinan recogen platos y pocillos y vuelven a colocarlos para otra gente. Parece una fiesta.

Yo miro todo. Pareciera estar en la ciudad de hierro que llega al pueblo cada tanto. En mi permanente ganas de llorar, recurro a mi pregunta otra vez. ¿Y mamá va a venir? me responden qué cuando baje el sol vendrá. Lo entiendo porque mamá es frágil, le pesa la panza y siempre está cansada. La señora de las canas que ahora es como mamá, me invita a dar un paseo. No quise soltarle su mano en el agotador recorrido. Fuimos a llevarle comida a los animales enjaulados, ella me explica que es para que unos no les hagan daño a los otros. Estos hacen mucho ruido cuando nos ven llegar con comida. Recorremos la casa, los cuartos, hay puertas y más puertas. Vi la cama donde desperté. El corredor da la vuelta a la esquina y ahí ocurrió el escándalo de la mañana. Es una tienda. Un perro nos acompañó y lamió mi mano.

Agotadas nos sentamos a tomar el fresco. Estoy sudando. Una de las empleadas me trajo un cuaderno de hojas cuadriculadas.  Me gusta que sea nuevo y las hojas estén blancas, los míos están rayados y en desorden. Además, los tengo que compartir con mi hermano. El piso frío, de triángulos de colores, es agradable para acostarse a dibujar. La empleada se acostó conmigo y me enseñó como pintar el mundo, el planeta donde vivimos, dice. Yo lo hice perfecto. Sin embargo, no me gusta este lugar, quiero mi casa. Me escondí, varias horas, detrás de una puerta. Oí que llamaban por mi nombre y no quise salir. Me debieron haber encontrado dormida en el suelo porque desperté en la misma cama. Soñé que mi madre llegaba y tocaba, pero su figura se desvanecía ante la puerta cerrada.

Una señora gorda vino a tomarme medidas para varios vestidos. No entiendo para qué. Junto con otra de cabello negro, crespo, a la que debo decirle madrina, escogieron telas para hacerme de variados colores. Me probaron zapatos y me trajeron interiores nuevos. ¿Será porque llegué sin ropa? me imagino. No he pedido nada. Solo he dicho que ¿dónde está mamá? y no la nombran. ¿Por qué no habrá venido? ¿Se habrá dado cuenta que no estoy? Papá me enseñó que cuando no hay sombra el sol está más alto y caliente.

Transcurrieron las horas o los días y hubo de repetirse la rutina del ruido, de los olores, de la algarabía del desayuno, del almuerzo, de la comida y de las personas cambiantes, menos mamá y papá. Casi o nada supe de ellos. Como si hubieran desaparecido de la tierra, del planeta. Más un día encontré una muñeca en mi cama, cuerpo de trapo con cara en yeso, grande y linda. Es única, en el pueblo nadie la tiene o la tendrán porque es costosa, dijeron. También habló la madrina de que debía estudiar con un profesor particular para que me enseñara sucesos interesantes. Y así fue. Al poco tiempo estuve segura de que el mundo era más grande que el pueblo donde vivíamos. Que hacía frío en otras partes y no todos tenían el mar. Sabía leer, escribir las letras y los números. Cada día descubría a través de los libros nuevas fantasías y lugares imaginarios que absorberían mis pensamientos. Era el mundo de los cuadernos, lápices de colores y telas para hacerle vestidos a la muñeca.

 En otro momento de felicidad con mi progreso me llevó la madrina a la iglesia. Había crecido. Conocí personas y vi niños agarrados de la mano de su mamá. Se me acercó una señora parecida a la de las canas y la reconocí por la panza abultada con un niño de la mano y otro de brazos. Me alabó mi vestido y lazo del cabello. No quise dejarme tocar y salí de la mano de mi madrina. A partir de ese encuentro entendí que el sol, la estrella caliente, se opuso al regreso a casa. Más tarde, el silencio sobre los hechos arropó a la familia entera.

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9 comentarios sobre “UNA ESTRELLA CÓMPLICE

  1. Buena historia , se repite a diario donde los padres dan un hijo para esperar la llegada del siguiente , ya hacia falta tus historias amenas y llenas de realismo. 👏👏👏👏

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  2. Martha como siempre muy buena historia es la realidado qué ocurría anteriormente. Un abrazo . cómo siempre me encanta tu estilo.

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