Decisiones
A las ocho de la noche, tras un aguacero, Luis Antonio llega mojado al apartamento. Después de colgar su impermeable deja el maletín en el suelo y sin hablar, se derrumba en el sofá como soltando su energía contenida. Tira las llaves del carro en la mesa de centro, de la sala, y empieza a desvestirse. Yo lo observo, desde la cocina, y me asombra su cara desencajada. No quiero asustarlo, pues, de forma inusual, estoy tomándome una tasa de manzanilla y tengo la luz apagada. Dicen que calma los nervios. Y los míos están alterados. En el segundo piso están los niños, en sus alcobas, durmiendo, o intentan hacerlo, para levantarse a tiempo al día siguiente. La costumbre, aún en los momentos más difíciles de nuestra relación, ha sido llegar antes de la siete para estar, en la comida, los cuatro. Hace varios días él llega tarde y me hallo inquieta. Por eso he bajado a la cocina. Me gusta pensar a oscuras.
Él se quita los zapatos y oigo sus sollozos. Se tapa la cara como ahogando el llanto. Es la primera vez, no, es la segunda vez que lo veo así. La primera, fue cuando lo llamaron para decirle que su madre había muerto de un infarto pulmonar. Ella se encontraba en buen estado de salud y relativamente joven. Tenía sesenta años. Lo vi abrazado con una tía y su llanto eran gemidos como ahora. En cambio, con la de su padre, quien había padecido un infarto, hacía diez años, fue menor su sorpresa, aun encontrándose juntos, jugando tenis, y al entregarle la raqueta se desplomó en una silla, en el campo de juego. Esta vez, además de la tristeza había rabia. En silencio salgo por la puerta de atrás, de empleadas, (dicen que así construyen los apartamentos de los ricos, ricos, para entrar o salir por diferente lugar que los dueños) y hago cómo si acabara de llegar. Fue la única forma de aparentar que desconocía su estado, cosa poco creíble puesto que estoy en pantuflas y sin llaves. Sin embargo, lo hago y timbro en la puerta principal.
Él abre ocultando sus ojos, me abraza y dice, Lucrecia “Todo se fue al traste”. Yo que lo conozco, hace varios años, porque nada más de casados llevamos quince, sé, qué significa ese abrazo de pésimos recuerdos. Me asusté. ¿Y ahora qué pasó? Le pregunté. No pudo hablar y se sentó de nuevo en el sofá. No reparo en mis pantuflas como tampoco la llegada abrupta. Le ofrecí un té de manzanilla y esperé a que se calmara.
El fin de semana habíamos conversado sobre las dificultades con su socio y sobre los pasos adecuados para manejar la situación, pues a él se le había convertido en una obsesión lograr la tal independencia financiera, de moda, cuando se está por cumplir los cincuenta años. Decía que era un logro personal ser empresario y un fracaso ser empleado toda la vida. A veces me daba risa. Pero también dudaba. ¿Y si tuviera razón? Yo no era la más experta ni en lo uno ni en lo otro. Cuando nos conocimos teníamos en mente crear empresas del conocimiento o de bajo riesgo. Sin embargo, pasados los años, surge ese deseo de tener más, y ser como otros que se vuelven independientes y acepté la propuesta, de socios industriales, de buena gana. Con esta ambición le entregamos un capital, considerable, a ese amigo-socio, para formar la empresa. Igual suponía que Luis Antonio al ganar como Gerente Comercial y socio nuestros ingresos se aumentaban y nos beneficiaríamos, con su éxito. Conté a muchas personas, con orgullo y entusiasmada, sobre el negocio tan próspero del que hacíamos parte. Además, le daba un nuevo aire a nuestra relación que iba sin frenos directo al precipicio.
Así que después de la espera, con la manzanilla en sus manos, me respondió “es que no aguanté más y renuncié”. ¿Cómo?, le dije. ¿Y no habíamos quedado en una espera de seis meses para ver si el ambiente mejoraba entre ustedes o si había que cambiar la estrategia? Y la pregunta del millón, sin el tono pausado y comprensivo que tenía antes: ¿Y cuándo nos devuelve el dinero? Él levantó la voz para decir ¡Es que no hay dinero! La verdad sea dicha, el delirio de la abundancia nos hizo olvidar un plan B. De ilusión en ilusión vamos los seres humanos pasando el tiempo. Y algunas más veces de fracaso en fracaso. ¡Tranquila, lo buscaré de alguna manera! Casi a los gritos le dije ¿Cómo que no hay dinero?, ¿por qué? Era nuestro patrimonio familiar y ¿Cómo se restituirán 15 años de trabajo conjunto? Luis Antonio bajó la cabeza. Había firmado una cláusula, en documento privado, con responsabilidad en los resultados comerciales y estos, a la fecha, eran negativos. Es decir, que ni liquidación, ni capital y, por el contrario, estaba demandado por incumplimiento en las condiciones laborales. Según el socio, la empresa había quebrado y se pagaba el desastre con nuestros aportes.
En este momento, era una discusión en volumen alto. Volví a reclamarle: Pero ¡qué has hecho! Nos quedamos sin nada y con una deuda. Entonces hablaré con ese hijo de puta, ladrón de mierda. ¡Se las verá conmigo! Le grité. Tenía rabia con él y su socio. Y lo más grave, aun, para mí, fueron sus palabras ¡No, no quiere verte, dice que eres muy complicada! ¡Ah! ¡Eso dijo! que ¿muy complicada yo?, ¡claro, él es un estafador y tú, un pusilánime! En este momento estaba fuera de mí. Luis Antonio después de haber vaciado su amargura se fue a la cocina, dijo que tenía hambre, trajo su comida, comió y que mañana, más bien, vería como solucionar el problema. Qué su convencimiento de ser empresario era tan fuerte que lo intentaría hasta el último día de su vida. Y se subió a dormir.
Ahora soy yo quien tiene la cabeza ardiendo de ira e indefensión. No lo podía entender. Recordé haber vivido momentos parecidos. Tomé las llaves del carro y las del apartamento. Salí sin hacer ruido y rumbo definido. Anduve por la ciudad, a pesar de la neblina, por la calle 26 hacia el aeropuerto, primero a toda velocidad, bajé el volumen de la radio, después de vuelta hacia la séptima busqué un lugar de esos donde pudiera amanecer y lo encontré.
Como en las películas que gritan al entrar, yo lo dije para mí ¡Creo que llegué al fondo! ¡Mi vida es una mierda! ¡Si ser empresario es una opción de vida que pasa por encima de los demás, yo tengo otra forma de ser! ¡Mañana será otro día! ¡Pues claro, que mañana será otro día! Fueron reflexiones que me condujeron a regresar y entré por la puerta por donde entran las empleadas. Había regueros de platos en la cocina y el cajón de los cubiertos abierto. Los recibos de los servicios públicos, ahora vistos como deudas difíciles de pagar, encima de la mesa del comedor. Una nota del colegio recordando el pago de los dos últimos meses. Me llene de tristeza y valentía. Subí a la alcoba. Intente abrir.
Levanté a los niños y les dije que había dormido con ropa. Les di desayuno y los llevé al paradero de su ruta habitual. De regreso al apartamento busco las llaves de repuesto de nuestra alcoba y levanto el cobertor. Encuentro un cuchillo debajo de las cobijas y Luis Antonio parece dormido. Yo me cambio de ropa para continuar como empleada porque, sin ninguna duda, mis propósitos están en este lugar.
Deseo más, qué propósito oculta José Antonio… Un cuchillo!!! Creo que esto da para una segunda parte, esto continúa 🌺
Mmmmm
Esperemos a ver si da para segunda parte un abrazo
Hola amiga , lo acabo de leer y si , lo disfruté, pero quedé con ganas de más …
Muy bien 👌 Tocó más largos porque ya han dicho que un poco más. La próxima pasamos a tercera página
Me encantan tus escritos,eres orgullo de nuestra tierra un abrazo grande.Utiliza el ícono de edición para fijar, agregar o borrar cips:
Gracias.
No entendí la segunda parte
Claro que continuará!
Quedamos en suspenso…..
Un abrazo
Bueno, los comentarios ayudaron a la segunda parte, gracias por leerme.
Me encantan tus historias eres orgullo de nuestro pueblo
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También tengo una duda para la autora: Qué te inspira a llenar estas páginas en blanco? Es lindo dejar que vuele nuestra mente y nos lleve por estos caminos insospechados de la literatura. Creo que en cada palabra expresas un sentimiento inspirador y es realmente un orgullo tenerte en mi vida.
Con las lecturas, talleres y pasión he entrenado la observación o mirada de escritor que me permite escuchar el entorno y analizar las personas para armar historias. Es un entrenamiento que me gusta, como jugar sudoku. El número en su lugar.
Mi querida Elsy: Te llamo así porque coincidimos en la belleza de espíritu de nuestra linda escritora Martha… Ella expresa lo que sale de su corazón y lo hace con coherencia y sabiduría. Gracias por estar aquí y ahora.
Gracias 😀😀
Quede en suspenso, maravilloso como escribes Marta mantienes al lector todo el tiempo y es casi un relato fotográfico, parece vivir lo, si nos quedas debiendo la segunda parte un aplauso.
Gracias