Homenaje al mico Tití cabeciblanco, endémico de Colombia (Sucre y Bolívar) y en vía de extinción.
CUENTO.
De niño tenía unos sueños recurrentes y ahora, de adulto, cuando intento ordenarlos se me dificulta su totalidad. Aún así, recuerdo que lo soñado en una noche era continuación del sueño de la noche anterior.
La historia empieza con la imagen de una pequeña selva, a la vista de todos, dónde se producían miles de sonidos, unos profundos y otros estridentes. Era como una pared en media luna, verde, tupida de árboles grandes y medianos, parecidos a las ceibas, los robles, guásimos y muchos más con semillas y frutos. El paisaje lo completa un arroyuelo que baja del cerro y se junta con otra fuente natural, con un muro bajo, en roca, con lo cual, acumulada el agua formaba una alberca. Lo nombraban como «el pozo». Al despertar tenía la sensación de percibir un fuerte olor a azufre, a podrido, a fósforo quemado, como si participara de ritos infernales y ese sobresalto, en la mañana, me inducía a continuar con el sueño, inquietante, en la noche.
A la pequeña selva le fui agregando animales, como zorros, guartinajas, iguanas, murciélagos, ardillas, lagartos y guacamayas. También serpientes y la gran mayoría eran los micos tití cabeciblanco. Esa noche estuve encantado de verlos saltar de rama en rama y cómo se movían los árboles acompañados de señales o vocablos respondidos por otros de su misma especie. Eran miles.
Mi curiosidad creció cuando una noche, quizá, de la vida real, me encontré con uno en el patio de la casa y jugaba con una hamaca, colgada. Parecía un niño como yo experimentando la alegría del movimiento. Me acerqué con un poco de temor y le dije: -Hola mico, ¿te estás divirtiendo? No fue difícil interpretar su respuesta. Le traje un banano y los dos empezamos a mover la hamaca cada uno de su lado. Nos hicimos amigos. Siguió viniendo después con una mica mayor y les di por nombre Xalu y Mamika.
En mi traer a la memoria, Xalu asomaba su carita en la puerta que iba al patio, modulaba algo y levantaba su mano, yo le traía su banano, o mango o coco. Brincábamos, comíamos juntos, sentados, en el corredor mirando hacia el patio. Después de la visita se iba feliz. Con el tiempo ellos se acostumbraron a bajar del cerro, hacían travesuras, robaban helados y comidas, abrían carteras e imitaban la forma de caminar de las mujeres. Los foráneos se extrañaban de verlos en la plaza, erguidos, con su melena, blanca, alborotada, correr con los niños, detrás de una pelota.
Sin embargo, yo vivía asustado por el ambiente de Roquero. Tropical, de seis calles largas, con vientos permanentes, en forma de remolinos, oscuro en la noche, frío y nublado de madrugada y en los silencios de las noches de luna llena se escuchaba un murmullo lejano o chillidos de los micos, quienes se comportaban como dueños del lugar. Mi sensación era de misterio y extrañeza. Hablo del tiempo en el que la vida se ajustaba a la permanencia del sol.
Pero unas noches fueron de pesadilla. Llegaron a Roquero unos señores con botas altas, cascos en lugar de sombreros, planos y mapas. Decían que había un tesoro escondido debajo de los cerros y se necesitaba tumbar árboles para sacarlo. El tesoro se llamaba: roca caliza y las personas mayores se irían a convertir en millonarias. Agitada la esperanza, de un mundo mejor, aceptamos la idea de cambiar la forma de vivir.
De este modo, apareció la maquinaria con su ruido ensordecedor entrando al bosque, el implacable estruendo de la sierra derribando vegetación. Con cada caída de un árbol se escuchaban los alaridos de los animales que corrían hacia el pueblo y la plaza, ante la cacería y la muerte. En la estampida, ignorantes de lo que ocurría, se metían a las casas y la gente aprovechó para encerrar en jaulas a los micos, cuyo parecido con un león, podían venderse, incluso comer; a otros animales, también les tasaron su precio.
Fue tal el deseo de prosperidad que los pobladores y vecinos se empujaban unos a otros, en filas, tratando de anotarse en unas listas para acceder a empleo o para vender mercaderías a los grandes inversores. Arribaron camiones con mudanzas de empleados expertos en la explotación del suelo, se extendieron rollos de cables para la luz eléctrica, bajaban máquinas y más máquinas. Las calles se rompían para instalar el agua por tubería como en las grandes ciudades. También aparecieron los ladrones, mercachifles y agiotistas. Lo anterior, valía la pena, decían, porque después habría ventiladores, neveras, telefónos, cine y toda clase de modernidades. Esos días y noches fueron azarosos. En una de esas, de sosiego, me desperté conjugando los verbos extraer y vender. Yo vendo, tu vendes, él vende, nosotros vendemos y entregamos todo. Se nos olvidó conjugar el verbo reponer. Las lágrimas no se hicieron esperar y salté de la cama.
Han pasado los años y sin explicación alguna retorné al mismo sueño. En él, Roquero es una pequeña ciudad con el “desarrollo” a flor de piel. Las personas no se conocen, están interconectadas, edificaciones altas, y desapareció el agua como líquido vital para los seres vivos, el aire puro, la vegetación y los animales pequeños son anónimos. El murmullo del cerro se cambió por el ruido de parlantes y explosión de dinamita, desapareció el olor a azufre, el polvillo amarillento de las calles se cambió por uno blanquecino que cubre techos y muebles. Hasta la plaza central fue reducida de tamaño donde los mayores jugaban partidos de beisbol. Y a la vista de todos se ve, en un lado, una humillante pared amarillenta y desnuda y por el otro, una planicie desolada reemplazando aquellas imágenes míticas y exóticas. Pende de un hilo el mico tití ante su desaparición del planeta y los seres vivos, como hordas, se arrebatan los barriles de agua, para sobrevivir, mientras envían un video por el celular.
Roquero, como sueño, se ha convertido, al despertar, en una verdadera historia de ficción.
En el cuento es un sueño, en Toluviejo, una realidad. Indiscutiblemente, Roquero es fiel reflejo de lo que ha pasado y sigue pasando en este pueblo.
Desforestacion, sobrexplotacion minera, recursos hidricos desaparecidos, al igual que la fauna y la flora.
Un buen escrito para crear conciencia ambiental.
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Encantador, q Chevree tantos recuerdos q aunque soy de otro pueblo lo siento como mío, felicitaciones mijis
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Exitos querida , la verdad fue dicha
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Hola amiga , ya me habías contado el cuento y ahora al leerlo quedé encantada de cómo cuentas una realidad que sucedió no sólo en tu Pueblo sino en muchos pueblos de nuestra Colombia . Me encanta leerte , es tan fácil transportarme en lo que escribes y describes . 👏👏👏👏
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Bien escrito y fácil de leer pero sin perder la profundidad de la temática que estás exponiendo! Felicitaciones me gusto mucho!
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Me transportaste directamente a momentos de la vida que pude aprovechar cuando de paso soliamos regularmente hacer parada en vuestra casa, en el carrefour de ese pueblecito que me dejó un recuerdo agradable y peregne.
Delicioso leerte, subtil y profundo tu lenguaje.
Tu sensibilidad nos adhiere a una realidad évidente que ilusionó la humildad , la honestidad, la pureza mental de sus gentes, que lo creyeron todo sin dudas, bajo el argumento de los «rapaces» del beneficio inmoral que sol produjeron destruction y miseria.
Gracias prima por la calidad literaria y por compartir esos momentos agradables de esa epoca rica de bellas experiencias.!
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Hola primo querido, gracias por esa interpretación tan sentida. A esto me dedico y ojalá puedas seguirme un abrazo
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Un buen cuento para recordar, que enseña y te transporta a una realidad que muchos olvidan o desconocen. ¡Felicitaciones!
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Gracias Victy, así es. Las nuevas generaciones ojalá no repitan estas historias, un abrazo y saludos
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Me trasportó a otra realidad muy similar que viví en mi infancia en Boyacá. Muy agradable y bien contado pero sobretodo muy a lugar por el contenido. Felicitaciones!
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Bien que te haya gustado
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Hola, muy bien
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